Mostrando entradas con la etiqueta Ippolito Pindemonte. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ippolito Pindemonte. Mostrar todas las entradas

14 de octubre de 2012

La Dama de los Libros Olvidados.

"La verdadera universidad de hoy en día es una colección de libros".
Thomas Carlyle, escritor e historiador británico.







Dedicado a CARMEN, de Vilobí d'Onyar.
Misión cumplida. Sin más.
Sólo fue un trabajo más. Un trabajo menos. Hecho, terminado; con la efectividad, limpieza y esmero requeridos; cualidades inherentes, como de costumbre, a él. Nada que destacar, ni amilanamientos, ni tampoco grandes gestas dignas de ser cantadas algún día por rapsodas y juglares. Ahora, ya lejos del campo de batalla, ya en su amada montaña, en el dulce hogar, aquel abnegado soldado, aliado incondicional de la luna, se lame las heridas de guerra, las del cuerpo, sí, que no son ni pocas ni tan leves, pero también las del alma, infinitamente más dolorosas y difíciles de curar.
Vuelve la densa y gris incertidumbre a envolver de quién sabe si... la inminencia de un futuro  verde esperanza que él solía aguardar manteniendo un difícil equilibrio sobre el fino hilo que separa la angustiosa desazón de un bien ejercitado estoicismo, siempre al amparo de ese sentimiento tan humano llamado calma; pero ahora a nuestro penitente cruzado le invade por primera vez la sensación de que una grave amenaza se cierne sobre su mundo interior: la decadencia de la sociedad actual, la sociedad del dinero, del consumismo desbocado, del egoísmo, de la injusticia social, de la desprotección del débil ante la depredación del poderoso, de las falsas expectativas y de generaciones enteras perdidas. Ya no le bastan los sentimientos humanos para combatir el creciente desasosiego que le invade, por eso ha regresado a la vida solitaria en su amada montaña;  y así, solo, en plena comunión con la Madre Naturaleza clama, suplica por dejarse caer en los reconfortantes brazos de la divina Melancolía.
'Malinconia, ninfa gentile...'

Malinconia, ninfa gentile,
la vita mia consacro a te;
i tuoi piaceri chi tiene a vile,
ai piacer veri nato non è.
Fonti e colline chiesi agli dei,
m'udiro alfine, pago io vivrò,
né mai quel fonte co' desir miei,
né mai quel monte trapasserò.
Trapasserò né mai né mai.
 Coi desir miei trapasserò.
 Né mai né mai trapasserò
 Né mai né mai trapasserò
 No no mai
Melancolía, ninfa gentil,
toda mi vida consagro a ti;
quien desprecie tus placeres
no ha nacido para el placer verdadero.
Fuentes y montañas rogué a los dioses,
al fin me escucharon, viviré agradecido,
aunque nunca más, a pesar de mis deseos,
llegaré a esas fuentes ni cruzaré esas montañas.
Nunca más, nunca más las cruzaré.
A pesar de mis deseos, no las cruzaré.
Nunca más, nunca más las cruzaré.
Nunca más, nunca más las cruzaré.
No, no, nunca.
 



Fue el compositor italiano del s. XIX  Vicenzo Bellini quien compuso este maravilloso canto dedicado a la esposa de su amigo y mecenas  Francesco Giuseppe Pollini. Forma parte junto a otras cinco exquisitas piezas del Op. 95 del catálogo del músico de Catania. Ésta, en concreto, está basada en un texto poético titulado 'Malinconia' -Poesía campestre (1789)- del poeta veronés Ippolito Pindemonte.







Buscó desesperadamente nuestro protagonista alguna imagen, algún recuerdo que revivir mientras se abandonaba al purificador abrazo de la recién invocada ninfa. Y no tardó en encontrarlo pues era un recuerdo nada lejano en el tiempo: durante esa última misión, quizá después del reencuentro con viejos compañeros de anteriores batallas, el episodio más amable que rememoró -con una leve sonrisa- fue el haber podido conocer a un personaje que parecía haber salido de alguno de los libros de Carlos Ruiz Zafón, a doña Carmen, la Dama de los Libros Olvidados.



-Me llamo Carmen. Le dijo aquella buena mujer, puede que antes, puede que después -no importa- de que ambos se regalasen un breve pero sentido intercambio de formales cumplidos de cortesía. Y es que no fue hasta el día de su marcha cuando él le preguntó su nombre. La había conocido unos días antes. Siempre la encontraba sentada en la cafetería del pequeño y coqueto hotel que -supuso- ella regentaba, entretenida con uno de esos modernos tablets que alguien había tenido el acierto de regalarle recientemente, y a la vez respondiendo con acierto a las preguntas con que el presentador de un concurso televisivo acribillaba a sus desesperadas víctimas.
-Serán los nervios. Decía ella, como justificándose por saber más que aquellos jóvenes tan ¿sobradamente preparados?
Siempre a la misma hora, la del amanecer lunar, él acudía a aquel acogedor establecimiento a satisfacer la imperiosa necesidad que sentía por el primer café de su mañana, y siempre se encontraba la misma escena. Al principio le chocaba -incluso le divertía- la visión de una señora ya mayorcita -aunque sin exagerar-, siempre vestida de negro, con sus gafas de pasta a juego, simples intermediarias entre unos ojos fatigados y una pantalla de 10''. Pero no fue hasta la tercera -o puede que la cuarta- visita cuando entablaron una primera y trascendente conversación.
Ella le contó cuánto disfrutaba con aquel nuevo juguete, sobretodo resolviendo pasatiempos, y cuánto le entretenía jugar on line'Apalabrados'.
-Pero ¿sabe qué, joven? Sólo juego por divertirme, no por ganar. Y ahí, ella le gano para siempre.
Como queriendo justificarse por el uso tan lúdico que le daba a aquella maravilla electrónica no tardó en mostrarle la considerable colección de libros que guardaba en ella, y de enumerarle las tremendas ventajas en cuanto a portabilidad y espacio de almacenamiento que ofrecía, cosa en la que ambos estaban de acuerdo, como de acuerdo estuvieron cuando antes de esta defensa digital, los dos se declararon partidarios del libro de papel, del libro de toda la vida y de lo mucho que amaban, además de tenerlos y conservarlos, leerlos.
-Pues de esos, en mi casa, tengo más de ¡seis mil! Dijo ella. Y también le dijo como había llegado a reunir tan abultado tesoro. Resultó que aquel hotel al estar situado en zona aeroportuaria, recibía la visita de un considerable número de turistas, gentes mayormente de paso, muchos de los cuales con tanta tendencia a la lectura como al olvido. Libros Olvidados en el cajón de una mesita de noche o sobre la alfombra del otro lado de la cama, libros tristes que, si no fuera por doña Carmen, quién sabe donde habrían acabado, ella los iba adoptando e incapaz de deshacerse de ellos, les dio un hogar, les dio cariño y un futuro esperanzador. Ellos a cambio, agradecidos, se abrieron para ella y le dieron su sabiduría...
'Sunlight' de Iman Maleki
Desde entonces y para siempre, nuestro melancólico guerrero, siempre recordará a aquella honorable dama con aquella voz tan clara, de expresión tan pausada, tan bien pronunciada, tan dulce y amable, tan catalana -por momentos le recordaba a La Caballé-, como La Dama de los Libros Olvidados y voz de Adagio.


'Quienteto para cuerdas D 956'
(Adagio)


Puede que después de su celebérrimo Ave María este Quinteto sea la obra más conocida del compositor austriaco Franz Schubert. Pasa por ser una de las mejores obras de cámara y cuenta con la particularidad que fue un segundo violonchelo, en lugar de una viola, el instrumento añadido a un cuarteto convencional. De sus cuatro movimientos, este Adagio, es el segundo y más conocido. La obra fue compuesta poco antes de la muerte del autor, coincidiendo con el periodo más fértil de su creación musical.


-Ya es medianoche Carmen, asómese a la ventana y mire al cielo buscando la Luna.
¿La ve? ¿Sí?
Yo también.
Será que no estamos tan lejos.

O no.