"Hasta el más pequeño de los gatos es una obra maestra".
Leonardo da Vinci, polímata fllorentino.
¡Hola de nuevo, Mundo!
Bueno, pues antes de nada quisiera haceros partícipes de mi pesar por el retraso en la publicación de las entradas prometidas y anteriormente anunciadas como próximas publicaciones. Supongo que a estas alturas todos sois conscientes de los duros momentos que estamos viviendo, causa principal de los mencionados y continuos aplazamientos; pero no, no es que un servidor sea uno de los desafortunados afectados en cuanto a salud se refiere, todo lo contrario y sí, eso está muy bien, por supuesto, demos gracias y crucemos los dedos, pero -y no es una queja- estar bien me ha permitido, además de lidiar con los múltiples cambios sociales sobrevenidos, con un aumento considerable en la ya recargada de por sí jornada laboral, daño colateral e inevitable por la demanda urgente de tantos productos que hasta hace poco nos pasaban inadvertidos en las estanterías de nuestros comercios habituales. Puedo prometeros, pero no lo haré, que pronto volveremos a la vieja normalidad; dejémoslo sólo como un deseo que ansío cumplir, pues la incertidumbre es monstruosa y se me antojan como malos tiempos para pronósticos y adivinanzas de borrosos futuros.
Hay cosas que uno, aún con tristeza, debe aplazar, pero al mismo tiempo hay otras más cercanas al corazón que alientan a sacar una pizca de tiempo, aunque sea de debajo de las piedras, puede que robándole horas a Morfeo, o quizá sacrificando una de las comidas del día, quizás dejando un afeitado para mañana, o todas ellas a la vez... ¡qué más da si el motivo lo merece. Y cuál es tan importante motivo, os preguntaréis, pues nada más y nada menos que tal día como hoy del pasado año se produjo el renacimiento de la pequeñaja que da alegría y Vida a nuestro hogar: nuestra pequeña gata adoptiva Yeti.
Yeti, entrañable gata común de preciosos ojos verde mar y no menos hermosa piel atigrada, espectacular cuando es bañada por los rayos del sol, que llegó a nuestro hogar hace once meses tras un corto proceso de adopción. Queremos creer que proviene de la localidad burgalesa de Aranda de Duero, aunque no descartamos cualquier otro punto del planeta dado el inquieto y aventurero -por definirlo diplomáticamente- carácter de la dulce nena. Podemos señalar el mes de mayo como el de su nacimiento real, pero desconociendo el día exacto, un servidor a elegido para esta onomástica el 25 de junio, gloriosa fecha en que podríamos decir que la pequeña minina renació. Tal día fue encontrada perdida en la hermosa ciudad arandina, por una bella alma de corazón no menos hermoso que se apiadó de sus tristes maullidos y desamparada soledad, fruto quizás de un trágico accidente o, más probable, de la mencionada inquietud de carácter, víctima de una insaciable curiosidad y ligera tendencia a meterse en todos los barullos imaginables; pero fuera cual fuera la causa, quedó separada para siempre de su madre natural y de sus queridos hermanitos.
Qué buen momento para hacer un descanso musical. Os propongo una adivinanza:
Si Yeti fuera una ópera, ¿cuál se os ocurriría?
¡Exacto!
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Y así fue como fue encontrada por Eva, nombre real de la que yo llamo su madrina, su hada madrina. Eva, la llevó a su casa y cuidó como mejor pudo de ella con la ayuda de su pequeña hija Valeria -a la que le concedo el gracioso título de minimadrina- que la bautizó con el bonito nombre de Aitana -lástima que desconociéramos este dato antes de su adopción-. También había en el dulce hogar un pequeño handicap de ¡30 kilos en forma de Bull Terrier! y de nombre Sauron, pero no, no aventuréis conclusiones y si lo hacéis, dadles la vuelta, pues era el sufrido can de tan legendario nombre y poderosa estampa, el que se las veía venir con el inimaginable genio de nuestra desvalida felina.
Y así, y por otras causas que a ninguno nos deben incumbir, fue que, con gran pena, madrina y minimadrina se molestaron en buscar un nuevo hogar de acogida para la peque, teniendo la enorme suerte de contar con la ayuda, de los que yo también he nombrado padrinos, Raquel y Diego, quienes, cargando ya con cuatro preciosos adoptados, ayudados por el fabuloso personal de nuestra burgalesa Clínica Veterinaria Vistalegre y demostrando la -a veces- benefactora ayuda de las redes sociales, se pusieron en contacto con nosotros, llevándonos al resultado que todos conocéis: Yeti encontró en nuestro humilde hogar la acogida, el cariño y la felicidad que tanto necesitaba, con mi Doña Leticia, su querida e inseparable hermana Cuqui y un orgulloso servidor de ustedes que babea con ella cada tarde en que se acurruca a mi lado dispuesta a compartir sueños imposibles.
Llegó a casa pequeña, menuda, muy delgada, asustadiza y con algunos problemas de salud que la hacían aún más querida; ya solucionados tales problemas, Yeti se convirtió en la chispa de la casa; si Cuqui era -y es- la serenidad hecha gato, el Ying, Yeti es el Yang, la gracia, la travesura siempre perdonable, sancionada con sonrisas, imposible de otra forma; la ternura y la energía, la dulzura y el tsunami, la melodía más exquisita y los acordes más tempestuosos; Yeti es nuestra, vuestra, gatita chopiniana por excelencia.
Parsifal |
Me dice con gran insistencia y énfasis que os cuente que tiene novio. Pues sí, casualmente la hemos emparentado con uno de los hermanitos de su cuñado Camelot; se llama Parsifal y según nos cuenta su humana y nuestra amiga Eugenia, a quien tantos consejos debemos, siempre será un matrimonio perfecto de tan distintos en todo que no habrá más remedio que recurrir al consolador refranero -por aquello del que los cría y ellos se juntan, o lo del roto y el descosido- o a las exactas ciencias con lo de los polos opuestos.
Ahora debo irme, pues, para variar, me ha pillado el toro; pero ya que antes mencionábamos a la gata chopiniana, os dejo una pequeña recopilación de obras para piano del genial compositor polaco.
Gracias por vuestra atención y eternas gracias a todos los protagonistas de esta festiva entrada.
Sed felices.
Y con gatos más.
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