7 de junio de 2015

Amor inmortal.

¡Pobre del amor a quien la fantasía abandona! 
Arturo Graf, escritor y poeta italiano. 






A mi amada esposa Leticia.
Agradecimientos: a Catana Pérez y María Alejandra. 



Hola visitantes.

Para hoy tenía dos celebraciones previstas, una por haber alcanzado la envidiable cifra de ¡50.000 visitantes!, y otra, la ya tradicional celebración de mi aniversario de boda, ¡y van 7!, pero como a última hora de ayer fuí sorprendido con la nueva concesión de otro premio -¡y van 11!- a este vuestro blog favorito, quiero incluir aquí mi público agradecimiento a quien tuvo a bien tan feliz y siempre acertada idea, muchas gracias, entonces, a Clara Sil, principal gestora del blog Folklore y TIC ¿Por qué no? , en el próximo post, hablaremos de ello. 

Mientras, y para conmemorar tanta dicha os dejo un pequeño relato de amor, no de un amor cualquiera, no, de Amor con mayúscula, de ese Amor que hace perder razones, de ese Amor que nunca muere. Espero que os guste. 

Gracias, de nuevo, a todos. 



AMOR INMORTAL

"Mujer joven al piano" (1878).
Julius LeBlanc
Como cada día, al atardecer, la joven y hermosa Clara, sentada al piano, se dispone a hacer sus ejercicios de calentamiento. Debe estar preparada, pronto llegará Viktor y juntos celebrarán su amor tocando como cada día, como cada noche y desde hace tanto tiempo, su obra favorita; siempre la misma, aquella con la que ambos alcanzan la más perfecta de las compenetraciones, aquella con la que ni rigen la dictadura del tiempo ni las más elementales leyes matemáticas, pues  uno más uno sigue siendo uno, eternamente.  Para qué cambiar si, aunque a cualquiera pudiera parecerle una tediosa rutina, a Viktor le colmaba de dichosa felicidad. Maravillosa rutina que ella cultivaba calentando sus delicadas manos de largos y finos dedos acariciando amorosamente cada una de las notas de aquella que fue la obra que mejor representaba su mayor deseo; en realidad, su único sueño; sueño ya cumplido, Sueño de Amor...

Sueño de amor nº 3


Así, a Clara aquella ya tradicional rutina de cada día, de cada noche, no le molestaba. 

A Clara no le podía molestar. 

***

Y, por supuesto, a Viktor que era la rutina personificada, le molestaba mucho menos, más aun, a Viktor le era tan necesaria como el respirar.

Sin embargo al amable lector, de no explicárselo, podría parecerle que a nuestro protagonista le molestaba absolutamente todo, como les parecía al tabernero y a los habituales de aquel viejo y sombrío garito en el que, de camino al hogar, cada día, cada noche, el también viejo y sombrío Viktor apuraba su vaso de vino barato. Ya podría el lector curioso indagar entre la escasa y tosca clientela, que aun ni siendo nutrida y selecta, hallaría alma alguna capaz de certificar sin inventar, haberle adivinado un buenas tardes o parecida expresión de mínima cortesía. Parco en la palabra y rudo en el gesto, de menguante cabellera y creciente barba, ambas hace tiempo descuidadas, que no sucias, a juego con un abrigo siempre abrochado hasta el cuello, tan desgastado como aquellos zapatos de lustre imposible, saciados de kilómetros continentales.

"El vaso vacío"
Alexandre Jacques Chantron
Acomodábase Viktor siempre en el mismo rincón, al fondo junto a la ventana, de cristales tan opacos por la mugre que hacían innecesario el gasto en cortinas; allí, sobre aquella mesa de una madera que bien parecía provenir del primer árbol de la Creación, le esperaba el vaso de vino que el veterano tabernero, ya por costumbre, le servía cada día, cada noche, a la misma hora; Nunca, en no sé cuántos años, ha dejado de venir, recuerda el mesonero haber comentado en alguna de esas ocasiones en que las tertulias de barra iban languideciendo bajo el sopor etílico, Desde luego es mi cliente más fiel. Desde luego es mi mejor cliente, debería haber añadido en mayor justicia un agradecido maître, Viene, bebe, paga y se va, ojalá todos hiciérais así, sobretodo en el pagar, que el que parece que menos tiene es el que mejor cumple. Y así era la liturgia diaria que terminaba siempre con un mudo adiós y una gris moneda abandonada sobre la mesa, al lado del vaso vacío, de cuyo fondo el fiel cliente parecía esperar alguna revelación sobre el origen del Universo, pues tras el debido trasiego, quedábase como hipnotizado mirando sin ver aquel vaso, ahora tan ajado y triste como él, durante largo tiempo, no porque fuere éste mucho, sino porque parecíalo por lo que tal escena tenía de enigmática extravagancia, acentuada en el momento en que levantábase el tosco hombre como accionado por un resorte invisible, tras echar mano del único equipaje que siempre le acompañaba y que aún no ha sido descrito al atento lector. Tratábase de un estuche de avejentado cuero marrón, que por su forma no habría de suscitar muchas dudas sobre su contenido a los curiosos observadores, aunque siempre había mentes obtusas imaginadoras de perversas ficciones; pero no, no había lugar a tales despropósitos, pues aquel viejo estuche de cuero marrón y forma de violín, contenía en sus tripas eso que estáis pensando, un simple, aunque valioso y antiguo violín. 

Más que caminar, parecía arrastrar sus cansados pies aquel viejo violinista, camino del dulce hogar, a las afueras de aquellos arrabales. Nadie que le viera acertaría la alegría que ocupaba su pensar, hoy había sido un día fructífero y mucho había tenido que ver en ello un día inusualmente cálido, de buen tiempo, que decimos los que poco pensamos lo que decimos, pues ¿acaso el tiempo no ha de ser como tiene que ser cuando es?, no importa, yo sí me entiendo, y de lo que a miles les parece bueno a otros tantos les perturba, o lo que viene siendo lo mismo, si nunca llueve a gusto de todos, tampoco el qué bueno hace ha de ser igual para todos los gustos, y sin ir más lejos, al mismo Viktor siéntanle mejor los pocos grados que los muchos, reconociendo, eso sí, que estos últimos procúranle mejores beneficios económicos, necesarios, pero no tanto, que ya se sabe que no ha de ser más feliz quien mucho tiene, sino quien poco necesita. 

"El violinista" (1904).
Anders Zorn
Y Viktor necesitaba muy poco, lo suficiente para el mísero alquiler de la solitaria casucha que le hacía de hogar y para cumplir sin excesos con la satisfacción de hambres derrotadas años ha, y pocas cosas más tan insignificantes que ni merece la pena mencionarlas. Y sacaba Viktor sus emolumentos dedicándose al tocar ambulante, aunque tal término bien podríamos sustituirlo por el más justo tocar estático, pues siempre, desde hace no sabemos cuánto, cada día, cada tarde, apostábase el músico en el misma esquina a la que no eran pocos los habituales espectadores que le esperaban conocedores y admiradores de sus artísticos e invariables hábitos, y no eran menos los que aquellos ágiles y sabios dedos solían atraer a medida que iban desgranando las notas de un repertorio fijo y de creciente espectacularidad de aquel valioso y antiguo violín que había arrancado suspiros, risas, gritos, lágrimas y hasta desmayos por los principales auditorios europeos, siendo este el momento en que nos damos cuenta de que el abandonado hombre que hoy nos emociona en la esquina de una calle sin nombre, de un pueblo sin historia remarcable, fue algún día un virtuoso intérprete en el noble arte del violinístico tocar. 

Ya se ha dicho que el repertorio ofrecido era fijo, invariable y siempre completo una vez comenzado, jamás suspendido ni interrumpido por causa alguna; las más bellas y conocidas piezas de los mejores compositores para tan bello instrumento, no faltando alguna que otra imprescindible transcripción, antes hija del viento, del metal, del teclado o de todos ellos a la vez, siempre terminando con los famosos 24 caprichos de Paganini, aunque de poder disfrutar de tan aplaudida actuación, no habrá de faltar entre los lectores y escuchantes quien, o bien por conocimiento, o bien por conteo, eche en falta uno de tales caprichos, concretamente el nº 13, y haría bien el atento en no reclamar aquél que el hábil violinista había olvidado, aquél que lleva el número maldito por nombre y La sonrisa del diablo por apellido. 

"El solista", de Kim Roberti
Recogidos violín, estuche y recaudación, dirigíase, como ya sabemos, el buen Viktor de camino a la gris tasca y de ahí al hogar camino del cual le habíamos dejado. Hacíase inútil concentrarse en un camino que imposible era de perder, de tantas veces andado, así que hacíase también imposible evitar que los recuerdos de toda una vida volvieran a embotar su pensamiento. 

Buenos recuerdos, de sus exitosas actuaciones, aplaudidas hasta el éxtasis por un público enfervorecido, qué tiempos aquellos en que tantos le aclamaban y muchos le ofrecían ser el amo del mundo, tiempos aquellos en que tantas le adoraban y muchas le ofrecían ser el amo de sus vidas, pobres ignorantes de que él ya se sentía cumplido. Qué tiempos aquellos...

Escena de "The Devil's violinist" (2013).
David Garret - violín

Recuerdos que eran temidos por su atormentado dueño, buenos recuerdos que siempre desembocaban en malos recuerdos, concretamente en el peor de los recuerdos, imposible de nublar... 

Aquella última actuación, en el Teatro Nacional de Sarajevo, su ciudad natal, amenazada por la inminente y absurda guerra, valga la redundancia,  que la habría de arrasar. Fue su único concierto interrumpido, un potente obús había estallado no muy lejos de allí, hacia el oeste, cerca de donde se besan los ríos Miljacka y Bosna, justo en el momento en que tocaba por última vez, aún sin saberlo, el Capricho nº 13 de Nicolo Paganini, más conocido como La sonrisa del diablo.
  
El desalojo fue inminente aunque ordenado y más pausado de lo previsto en una situación de alarma, pues ésta aún no pasaba de contratiempo, dadas las confusas noticias que iban llegando y que a medida que iban siendo conocidas por nuestro célebre artista, más creciente era su necesidad de apurar el paso hasta el barrio en que residía, en busca de su amada esposa, Clara, no muy lejos de allí, hacia el oeste, cerca de donde se besan los ríos Miljacka y Bosna.

***

¡Clara, Clarita!, ya estoy aquí, amor mío, aviso innecesario, dadas las reducidas dimensiones de aquel nido de una sola estancia, gris y triste, si es que hubiera algún gris alegre, sino perdóneme el lector de nuevo, gris y triste, como todo en esta historia, Qué tal tus ensayos, recuerda que no debes cansarte, en tu estado no sería bueno, hoy ha sido un gran día, el sol anima la generosidad del público, y así iba contándole los mismos acontecimientos de cada día, de cada noche, desde su memorable actuación diaria, hasta su analgésico paso por la taberna, mientras ponía la mesa y se acompañaban de una frugal cena, revitalizante prólogo del ya mencionado número que a ambos les hacía ser uno


Sonata nº 9 en la mayor, op. 47. "Kreutzer" 
1. Adagio sostenuto - Presto - Adagio



Sonata nº 9 en la mayor, op. 47. "Kreutzer" 
2. Andante con variazioni



Sonata nº 9 en la mayor, op. 47. "Kreutzer" 
3- Presto


La rutina de cada día, de cada noche, desde hacía tanto tiempo. 

La rutina que a Clara no le molestaba.

Que a Clara no le podía molestar. 

Porque Clara no oía.

Clara no veía. 

Clara no sentía. 

Clara sólo tocaba el piano. 

Imagen cedida por Catana Pérez.
Clara era Clarita, la hermosa figura de fina porcelana que Viktor le había regalado a su amada esposa Clara, el día que ésta le comunicó temblorosa que iban a ser padres. 

La hermosa figura de porcelana que reposaba sobre el piano en el que Clara revivía a diario su Sueño de amor. 

Como aquella maldita tarde en que un obús hizo que un edificio se viniera abajo y de entre cuyos restos unas manos de dedos ágiles y veloces, ahora manchadas de escombros, desesperación y lágrimas rescataron, milagrosamente intacta, una hermosa figura de fina porcelana, Clarita, la abrazó entre espasmos de lloros y risas, que solo cesaron cuando tras caminar más de dos mil kilómetros, llegaron a aquel pequeño pueblo de taberna, esquina de calle sin nombre y generosas gentes. 




FIN  





¿Fin?

O no.





"La Sonata Kreutzer", de René François Prinet.










           








4 comentarios:

  1. Ah, qué precioso relato, monsieur! Qué hermosura. Rezuma sentimiento. Parece que por aquí siempre hay algo que celebrar, oiga! Muchas felicidades.

    Bisous

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    1. Merci beaucoup, Madame,
      Sólo por tan gentil comentario sabed que tenéis ad perpetuam una página reservada en mi apretada agenda de baile. Estad siempre alerta, en cualquier momento puedo enviaros mi carruaje.
      Bisous!

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  2. ah! què hermoso y melancòlico relato!!!
    Hermoso regalo para un domingo gris!
    Feliz aniversario y que sean muuuuuchos mas!
    Saludos desde Argentina!

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  3. Muchas gracias, Clara... eh, tienes nombre de figurita de porcelana, je je. No, el nombre era un homenaje a la Sra. Schumann.
    Besotes hacia Argentina.

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